La meditación y lo que (me) revela el silencio
Hubo también ruido, resistencia y caos. Pero al sentarme una y otra vez, algo en mí empezó a entender el sentido de ir hacia adentro. Y respirar.
Hace catorce o quince años, tuve un sueño que aún recuerdo con detalle: estaba en un camino de tierra, apoyada en una cerca de madera. Frente a mí había un pasto muy verde, lleno de flores y al fondo, una montaña. A la izquierda, podía ver un sendero de árboles muy altos y a la derecha, un túnel, no muy largo. De repente, apareció un hombre a mi lado. Vestía jeans, camisa manga corta de rayas negras y blancas. Era calvo y tenía unos hermosos ojos azules. Lo había visto antes, existía de verdad. Lo miré y volví a fijar mi vista al frente. Él también se apoyó en la cerca. No dijimos nada por un buen rato (no sé cómo se mide el tiempo en los sueños) hasta que me preguntó: “¿qué quieres hacer?”.
Miré hacia el túnel y al final, del otro lado, el cielo se veía despejado.
Miré hacia el camino de árboles y era oscuro, espeso.
Quería ir hacia el túnel, pero no estaba segura. Como si él pudiera escuchar mis pensamientos, me miró con serenidad y dijo: “no importa a dónde decidas ir, te llevaré de la mano”. Entonces, nos imaginé caminando por el túnel y me sentí tranquila, pero no me moví. Solo lo miré.
“¿Eres Dios?”, le pregunté.